La isla de los ángeles caídos: Mientras esté contigo
A la mañana siguiente, me desperté en un bosque.
Estaba en una isla perdida que no figuraba en los mapas. Era un bosque enorme,
un lugar en el que era fácil perderse. Yo llevaba un vestido hasta los pies.
Era de color azul cielo. Iba descalza, pero ni eso ni el vestido me molestaban.
Iba medio corriendo medio andando por el bosque, hasta que llegué a un claro
iluminado por la luz del crepúsculo. Allí había un chico tirado en el suelo.
Tenía el pelo rubio brillante. No llevaba camiseta. Pero había algo extraño en
él. Tenía unas alas en la espalda. Eran… Bellas. Eran blancas, pero a la vez,
era como si fuesen de todos los colores. No podía dejar de observarlas. Pero en
ese momento pasó algo. El cielo se oscureció y sus alas empezaron a cambiar de
color. Se iban haciendo más oscuras, hasta llegar a un gris, casi negro. Su
pelo… Fue como si se apagase. Entonces el cielo se iluminó de nuevo y
apareció una figura que descendía velozmente de las nubes. Aterrizó con
suavidad. También tenía alas. En su mano empuñaba una daga plateada. Su
empuñadura estaba forrada de terciopelo rojo y tenía un diamante incrustado en
la parte superior. Sin reparar en mí, se arrodilló frente al chico y le clavó
la daga en el corazón. Era como si me lo hubiese hecho a mí. Sentí que me
quedaba sin respiración y que me caía al suelo, arañándome con unos espinos.
Haciendo un esfuerzo, cogí aire y levanté la cabeza. El ángel de la daga me
estaba observando. Debería estar asustada, pero no sentía nada. Era como si el
ángel rubio se hubiese llevado un pedacito de mí. Entonces el ángel de la daga
pronunció unas palabras en un susurro. Su voz era aterciopelada, suave. Lo dijo
muy bajito, pero de alguna forma le oí, aunque ojalá no lo hubiese hecho. “Tú.
Tú has sido la que le ha matado. Tú has provocado esto.” El ángel se
desvaneció. Entonces reparé en el que estaba muerto. Había algo que me
resultaba familiar en él. Lentamente me acerqué a él y le di la vuelta.
Entonces una oleada de mareo y de pánico me envolvió. Era Marcos. De nuevo las
palabras del ángel de la daga resonaron en mi cabeza. “Tú. Tú le has matado.
Tú has provocado esto. Tú. TÚ. ¡TÚ!”.
Me desperté con las mejillas húmedas de llorar y con
un sabor amargo en la boca. Había sido un sueño tan real… Fui al baño a lavarme
la cara. Aún seguían resonando las palabras del ángel en mi cabeza: “Tú.” El
agua me ayudó a despertarme del todo. Miré el reloj. Todavía eran las 4 y media
de la madrugada. Me volví a meter en la cama, pero no me pude volver a dormir.
Al final, me vestí y bajé a dar un paseo a ver si conseguía olvidarme del sueño
ese… Aún no estaba saliendo el sol. Decidí ir andando hasta las montañas para
matar el tiempo. Sin ser consciente, empecé a andar hacia el bosquecillo donde
Marcos y yo nos dimos nuestro primer beso. Estaba al lado de un lago. El verano
pasado, mis amigos y yo acampamos allí para ver la lluvia de estrellas. Al día
siguiente nos bañamos en el lago. Fue un día genial.
Pero cuando llegué al lago, me di cuenta de que no era
la única que no había dormido bien. Había un chico rubio sentado en la orilla
dándome la espalda.
-¿Marcos?- Era él. Le habría reconocido en cualquier
parte. Él se volvió y me miró. Pareció sorprendido.
-Miriam. No te he oído llegar.
-¿Qué haces aquí?- Pregunté
-Me desperté temprano y vine hasta aquí. He llegado
hace un momento. ¿Y tú?
-Parecido. Tuve una pesadilla. Una tontería.- Eso no
era del todo cierto, ya que no podía dejar de imaginarme a Marcos desangrándose
por mi culpa.
-Ah. Siéntate, si quieres.
Yo me senté, olvidándome del enfado de la noche
anterior. Empezamos a hablar, y al final, acabé durmiéndome apoyada en su
hombro. Era una sensación muy agradable. Así, teniéndole a mi lado, pude dormir
tranquila sabiendo que no le pasaría nada. Soñé que estaba con Marcos yendo de
picnic a la orilla del lago. Como si volviésemos a estar juntos… Y que nos
besábamos, que me decía que me quería…
Y entonces me desperté. Seguía junto a Marcos.
-Buenos días, princesa. ¿Tanto te aburre hablar
conmigo que te duermes?- Bromeó.
-Un poco.- Sonreí.
-¿A sí?
-Sí.
-Pues ahora te vas a enterar.
Y sin darme tiempo a imaginarme sus intenciones, me
agarró por la cintura y empezó a andar hacia el lago.
-¡Suéltame! ¡Marcos!- Le grité intentando soltarme.-
¡Marcos, que me sueltes!
- Si tú lo dices…
Y me soltó. Pero fue en el agua.
-¡¡¡Marcos!!! ¡Está helada!- Me quejé mientras salía
corriendo.
Él se echó a reír y me dio la mano para ayudarme a
salir. Yo me quejé de nuevo, pero se la cogí.
-Que sepas que estoy enfadada.
Él se rió y me dio su chaqueta.
-Póntela o cogerás frío.
-¡Por tu culpa!- Le acusé.
-¿Y qué puedo hacer para que me perdones?
Nuestras caras estaban a pocos centímetros. Solo tenía
que inclinarme un poco y nuestras bocas se juntarían.
-¿Por qué no lo piensas tú?- Le reté. “Por favor,
que me bese”, pensé para mis adentros.
Y me besó. Fue un beso suave, y dulce. Pero
suficiente.
··Miriam Martín··
Blue Butterfly
Hola:)
ResponderEliminarYa echaba de menos el blog. Cómo te dije, llevaba tiempo sin pasarme.
Me ha encantado la entrada, nada más entrar, es la que he leído y me ha encantado.
Escribes de maravilla!!
Me quedo por aquí cotilleando.
Besos
Alexa
Me alegro de poder volver a verte por aquí. :)
EliminarLa verdad es que precisamente este relato no lo he escrito yo, lo ha escrito Miriam Martín, una escritora a la que os presentaré muy pronto. :D
Me alegro de que te haya gustado.
Blue Butterfly